Escrito por Javier Giral Palasí
El imperio romano, fue durante siglos la punta de lanza de la civilización antigua, recogía la filosofía griega, estableció el derecho romano, urbanizó a Europa y puso a todo su imperio en contacto a través del comercio por el mediterráneo y por su extensa red de calzadas. Sin duda era un mundo más avanzado, próspero y desarrollado que el resto de pueblos y tribus que le rodeaban, motivo suficiente para que lo odiaran y desearan invadirlo.
Pero en el último período del imperio romano de occidente fueron asentándose dentro de su territorio poco a poco y durante décadas, unas gentes venidas del norte y del este, eran los Bárbaros, actualmente sinónimo de cruel, tosco y violento, pero que en su significado original y de origen griego significaba simplemente “extranjero”.
Primero las oleadas de bárbaros que trataban de entrar en el imperio, se limitaron con el control de fronteras, pero después el imperio que flaqueaba en su legendario carácter empezó a utilizar a esos mismos extranjeros como mercenarios y a cederles tierras, creyendo que al ser una minoría atrasada siempre estaría subordinada al poder de Roma. Pero el pueblo romano se envileció y perdió su fuerza combativa al flaquear en sus puntales filosóficos que le había hecho construir el imperio más duradero a lo largo de la historia. En el siglo V aquellos millones de romanos fueron derrotados y subyugados por la minoría de “bárbaros” asentados en su territorio. Por ejemplo, en España, los 5 millones de hispanorromanos fueron sometidos por los 200.000 visigodos asentados en su territorio, ante el colapso del imperio.
El imperio desapareció y la civilización europea retrocedió al oscurantismo y la economía más primaria de los siglos posteriores de la Edad Media, algo que jamás pudieron imaginar los romanos qué ocurriría en su época de esplendor. Y el occidente no verá algo de luz hasta la época del Renacimiento. Así cayó Roma, y así caerá ahora el occidente cristiano ante la barbarie del islam sino reacciona a tiempo.
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